El dicho, “El elefante en la habitación,” es comúnmente utilizado para referirse a un gran problema que dos o más personas son conscientes de, pero el cual se sienten incómodos de discutir. Por eso, ellos escogen ignorar el elefante. ¡Una cosa que nuestra nación finalmente se ha dado cuenta es que el elefante en nuestra habitación no es—y nunca era—un elefante, sino un confederado! Como todos sabemos, el elefante es una metáfora y el confederado no lo es. Aunque afrontando la presencia de esta entidad oscura en nuestra vida no es fácil, es hora de enfrentarla finalmente y llamarla por su nombre. Es hora de que este confederado haga sus maletas y se marche.
Después del asesinato trágico de George Floyd, un hombre negro, el 25 de mayo del 2020 en Minneapolis y por las manos…por la rodilla…de Derek Chauvin, un policía blanco quien, por ocho minutos y cuarenta y seis segundos, apretó su rodilla en el cuello de Floyd mientras Floyd yacía en el suelo, esposado y suplicando por aire. Sus últimas palabras fueron: “No puedo respirar.” Después de esta tragedia, la nación se levantó con indignación, inundó las calles de ciudades grandes y pequeñas en todo el país en protesta contra la brutalidad policial y policías asesinos. Pronto personas de países de todo el mundo se levantaron en solidaridad exigiendo justicia para George Floyd y para víctimas en sus propios países que también han muerto a manos de policías asesinos.
Mientras nuestro país todavía lucha contra la pandemia del coronavirus, el cual a tomado más de medio millón de vidas mundialmente, ninguna cuarentena ni virus ha sido lo suficientemente fuerte para sofocar la rabia que la gente a sentido en contra de un sistema policial que fue creado para oprimir y perseguir a las personas negras y a las personas de color.
En 1945, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, Japón y Alemania se rindieron bajos términos incondicionales. Desafortunadamente, en 1865, cuando la Guerra Civil aquí en los Estados Unidos llegó a su fin, este no fue el caso. En realidad, la Unión ganó la guerra, pero la Confederación ganó la lucha. A los confederados se les permitió rendirse bajo condiciones condicionales. Miembros de la Confederación nunca fueron castigados por su traición; se les permitió regresar a sus hogares como “héroes.” Más tarde, veríamos monumentos erigidos en su honor y bases militares estadounidenses con sus nombres.
Aunque hoy vemos muchos de estos monumentos derribados o eliminados, la influencia de la Confederación en todo el país, particularmente en los estados del sur, no ha perdido por completo su impulso. Después que la Guerra Civil termino, el dominio y la influencia de la Confederación sobre la gente de sus estados de origen permanecieron sin cesar. Continuaron uniéndose a nuestras tres ramas del gobierno, infestando e incorporando nuestras instituciones, estructuras, y sociedad con supremacía blanca.
Aunque la esclavitud fue abolida, la supremacía blanca continuaba, y comenzó la era de la segregación moderna, la persecución, el encarcelamiento masivo, y las tácticas policiales extremas contra las personas negras y personas de color. Lo que pudo haber parecido progreso bajo la administración de Abraham Lincoln pronto se estanco cuando se les permitió a los ex confederados perder la guerra, pero continuaron en posiciones de poder extraordinario. Por supuesto, la Unión no estaba exenta de culpas. En su silencio y falta de voluntad para poner fil al odio y la intolerancia que los confederados exhibieron abiertamente, la Unión también fue cómplice del racismo que estaba profundamente incrustado en el nucleo de nuestra nación.
La esclavitud en los Estados Unidos fue un delito de odio en una magnitud masiva. Los confederados que salieron impunes de su traiciones y delitos de odio no son distintos de los policías de hoy que, después de asesinar personas negras o de color, reciben protección bajo el escudo legal de la inmunidad. La experiencia de las personas negras en los Estados Unidos es la más notable en todos los aspectos, ya que ningún otro grupo de gente ha sido atacada tan desproporcionadamente como a ellos, las personas cuya sangre, sudor, y esfuerzo construyeron esta nación que todos llamamos nuestro hogar.
La vida como un niño moreno en Los Ángeles fue difícil. Y esa es poner las cosas a la ligera. Todavía puedo recordar vívidamente mis largas caminatas a la escuela y de regreso. Mi madre y padre trabajaban. El autobús escolar no pasaba por mi barrio; se consideraba demasiado peligroso. Mis padres tuvieron que tomar la difícil decisión entre acompañarme caminando a la escuela cada mañana o ir a trabajar a tiempo para que pudieran proveer para nuestra familia. Mi mamá me aconsejó: “Hijo, si tú ves un padre caminando con sus hijos a la escuela, trata de caminar cerca de ellos.”
En aquel momento, no entendí por que quería que hiciera eso, pero no no me llevo mucho tiempo en averiguarlo por mi cuenta. Mi experiencia más desgarradora durante uno de mis largos y solitarios paseos a la escuela vino de una fuente inesperada. Estaba caminando por la calle, felizmente silbando una melodía y disfrutando de mi nueva libertad, cuando de repente un coche voló sobre la acera, donde me detuve aterrorizado. El coche me falló por pulgadas, y me quedé en la acera paralizado por el miedo. Mis ojos buscaban de un lugar a otro, buscando a una madre con hijos que pudiera reclamar como mía.
Había dos hombres en el vehículo, uno en el asiento del conductor y uno en el asiento del pasajero. El hombre en el asiento del pasajero apuntó la pistola directamente a mi por la ventanilla. Él dijo, “¿De dónde eres, ese?” con un acento tan angloamericano que la palabra, ese, sonó como “essay.” Esta pregunta es una que miembros de pandillas preguntan para determinar si el que está siendo interrogado es miembro de una pandilla rival o no. Recuerdo esar asustado y confundido. No sabía cómo responder. En mi terror pensé en correr, pero no lo hice.
Los hombres se rieron y eventualmente se fueron. El resto de mi caminata a la escuela fue llena de inquietud mientras reflexioné sobre los pobres policías cuyos uniformes y patrulla estos hombres habían robado. Pero, como mas tarde me di cuenta, estos hombres eran de hecho policías verdaderos. Y para mi buena fortuna, eran considerados unos de los “más agradables en la ciudad.”
En los años ‘80, ‘90 y durante el principio del nuevo milenio, las pandillas en comunidades de bajos ingresos se hicieron ampliamente populares entre los jóvenes confundidos y no representados de la época. La brutalidad policial contra la juventud negra y jóvenes de color fue endémica. En los años 80, la comunidad Latinx de California se convirtió en la población de más crecimiento en el estado. Escrutinio policial…perfil racial…y el abuso se convirtió en un máximo histórico. Ser negro o moreno nunca ha significando que las personas de color tengan una mayor propensión al crimen o a la violencia. Fueron décadas de opresión económica y abuso lo que llevó a la gente sin voz por un camino de mala toma de decisiones. Es justo decir que aún los más dóciles pueden volverse agresivos cuando están abusados repetidamente.
Sin duda, las pandillas en comunidades pobres son una consecuencia directa de la caracterización racial por los cuerpos policiales y su elección de atacar a personas negras y de color. La manera en que la policía trata y vigilan a la gente de barrios blancos es drásticamente diferente a la manera en la que tratan y vigilan a personas de comunidades negras o de color. Este hecho también se puede decir de nuestro sistema de justicia, el cual condena desproporcionadamente a las personas negras y de color a sentencias extremas, mientras que las personas que son blancas reciben mucho menos tiempo por los mismo crímenes.
El racismo sistémico dentro de los departamentos de la policía y el alguacil no es un fenómeno exclusivo de oficiales blancos. Oficiales negros y de color también son entrenados para atacar a su propia gente. Policías negros o de color que no sienten repulsión al comportamiento racista de policías blancos, que se creen por encima de la ley, son como los chicos que después de esfuerzos insoportables, al final ingresan en “el club de chicos populares.” Desgraciadamente, lo que no ven es que, en el gran esquema, ellos no son nada más que mayordomos que alimentan a su propia gente a una máquina que vive por la sangre de niños negros y morenos. Independientemente de sus esfuerzos, ellos nunca serán aceptados ni considerados como una parte fundamental de la fuerza policial. Son peones sin un rey ni reina, porque nunca pertenecerán al departamento de policía, ni a su propia gente.
Aunque los jóvenes negros y de color en el año 2020 todavía enfrentan luchas y obstáculos que sus contrapartes blancas no tienen, es alentador ver a los jóvenes de esta generación empoderarse por el crecimiento de su plataforma en todo el mundo. En los últimos años, las pandillas se han vuelto menos prolíficas. Los jóvenes ya no estan tan cautivados por la influencia negativa de las pandillas. Aunque las pandillas siempre han sido una mala elección, muchos jóvenes alguna vez sintieron una atracción hacia ellas debido a su postura rebelde y desafiante contra un sistema opresivo que preferiría verlos morir en la calle que ayudarlos a entrar a la universidad. Los jóvenes de hoy ya no están tan fascinados por la cultura pandillera. Las pandillas están perdiendo su influencia sobre la mente de los jóvenes que ya no se sienten sin voz y que están encontrando nuevas formas de hacer oír sus voces.
Con más—pero todavía no suficiente—jóvenes negros y de color entrando en la universidad y el boom de redes sociales, los jóvenes están ahora en la vanguardia, afrontando algunos de los problemas más desalentadores en nuestra nación hoy en día. Todo lo que se necesita es una canción, una carta, o un discurso de un joven para crear un movimiento que pueda tocar y llegar a cada rincón del mundo y que pueda provocar un cambio dentro de las instituciones políticas que, durante siglos, no han corregido sus injusticias. Los jóvenes están ahora liderando el camino.
¿Cómo arreglas un sistema con un problema tan amplio y tan profundo? ¿Cómo arreglas un sistema que a envenenado los vasos ramificados que mantienen bombeando el corazón de nuestra nación? Desafortunadamente, no lo sabes. En pocas palabras, no se puede.
Para que se produzca un cambio real, debemos erradicar por completo el sistema que existe actualmente. Debemos crear un sistema equitativo completamente nuevo y justo con un grupo diverso de líderes a cargo, un grupo que incluya a personas de todas razas e identidades que puedan proporcionar una plataforma amplia de ideas integrales y sensibles a las necesidades individuales de cada comunidad.
También es hora que el lema “proteger y servir” signifique realmente algo. Actualmente, la regla de guía de conducta que vemos de la policía en nuestras calles es: matar o encerrar. Si personas negras y personas de color no mueren durante su arresto, son arrojados—vivos—en ataúdes de concreto, donde morirán mientras cumplen con una sentencia de prisión extrema y desproporcionada, rezando por una fecha de liberación que nunca llegará.
No podemos permitir que estas injusticias sigan existiendo. Pero primero, como nación, debemos dejar de pasar por alto estos problemas. El racismo en nuestra nación ya no puede ser tolerado. Ya no debemos ser cómplices de nuestro silencio. Los policías que asesinan deben ser detenidos; no solo deben ser enjuiciados, pero también deben de ser condenados y sentenciados proporcionalmente con el crimen cometido. Las vidas negras importan. Grita la frase en canciones para que puedas crecer. Habla del tema cuando estés bien informado. Pero sobre todo, siéntelo, muéstralo, y actúa.
Traducido por Margaret O’Hara. Este artículo está disponible en inglés.
José Armendariz es un estudiante encarcelado, escritor, y organizador. Su historia personal y su trabajo han sido publicados en CalMatters, La Opinión, y Voice of OC.
Cita sugerida: José Armendáriz, El Confederado en la Habitación Debe Marcharse, JURIST- Comentario Estudiantil, 9 de septiembre de 2020, https://www.jurist.org/commentary/2020/09/jose-armendariz-confederates-racism-incarceration-esp/.
Este artículo fue preparado para publicación por Khushali Mahajan, una editora del JURIST. Por favor, dirija preguntas y comentarios a ella a commentary@jurist.org.